
Dice, y no nos queda más remedio que asentir, que al periodismo se le «ponen ropajes muy aparentes para ocultar la precariedad y el ruido que hay en sus entrañas», que es una profesión humilde y que su vocación fue construir un mundo mejor. Conserva desde niña una pasión viva por la literatura. Después de leer mucho y de escribir sobre libros, cine y feminismos para Canino, La Réplica, Murray Magazine o La Huella Digital, su diario dejó el anonimato. Su primer libro, ‘El amor tiene ojos de perro‘, es ahora una bandada de versos que viajan libres.
Hablamos con Rocío Martínez, periodista y escritora que cuida las palabras y las sitúa, con compromiso y de manera precisa, en el lugar exacto que corresponde.
Cuando te propuse hacer esta entrevista como «periodista que hace cosas» me respondiste que te encontrabas en pleno cambio de carrera. ¿Se puede dejar de ser periodista y nos hemos tragado el cuento de las vocaciones como tantos otros?
Yo sí creo en las vocaciones, y que tener una desde siempre es algo loable y precioso; aunque también creo que toda una maquinaria se encarga de comercializar con ellas, incluso de crearlas si no existen. Quizá ese es el problema: lo que nos cuentan y cómo. Al periodismo, que es según entiendo una profesión humilde, se le ponen ropajes muy aparentes para ocultar la precariedad y el ruido que hay en sus entrañas. Mi vocación nunca fue la actualidad, ni siquiera escribir —escribir es lo que cohesiona mi identidad—, sino construir de algún modo un mundo mejor, por muy idealista que suene. Entonces, sí: yo me creí el cuento; pero también disfruté el camino.
¿Y qué estás haciendo ahora? ¿Qué es el «mundo UX»?
Entre otras cosas corrijo textos y documentos, valoro manuscritos, doy asesoría literaria y continúo formándome. En mis ratos libres leo tanto como puedo, lleno libretas, sigo talleres de escritura y estudio árabe. Dentro del UX (Experiencia de Usuario) me he enfocado en el UX Writing, al que llegué desde el copywriting, aunque sean disciplinas que no deben confundirse. Siempre me ha dado mucha rabia no encontrar fácilmente lo que busco en una web, los cuadros de diálogo ambiguos, las apps que no lo ponen fácil y claro para reservar, comprar…
Creo que lo último tuyo que leí en medios se llamaba ‘El terror del silencio‘, se publicó en El Salto el 25 de noviembre, hablaba de violencia machista y era, efectivamente, aterrador. Allí decías: «Me he prometido escribir estas historias por quienes no pueden contarlas». Gracias. ¿Lo recuerdas?
Cómo olvidarlo… “Parir” ese texto fue muy doloroso, porque la violencia de género es uno de mis triggers. Originalmente era más largo y más crudo; de hecho no lo redacté, lo vomité sin pensar en filtros o barnices periodísticos: fue un ejercicio de un taller coordinado por Sarah Babiker, quien nos retaba a elegir algo que nos encabronara muchísimo y escribirlo desde las vísceras. Iba a provocarme yo misma un drenaje emocional —que ya venía necesitando con el escenario pandémico— cuando me llegaron esas historias. De algún modo fueron eméticas, porque sentí que enfermaba después de años estremeciéndome ante feminicidios sin saber nombrar la rabia y el dolor, y al final fui capaz de darles forma con palabras. A Sarah le gustó tanto que fue ella quien me propuso publicarlo.
¿Por qué es tan importante hacerlo, hablar, ponerle palabras a las violencia machista y hacerlo desde los medios de comunicación?
En una conversación cotidiana no se llega al fondo de dos hechos aparentemente aislados, pero un periodista detecta los hilos que los conectan —en este caso, la violencia estructural contra la mujer—, explica, denuncia. Si no se denuncian este y otros terrores llegaremos a vivir en un efecto espectador permanente, y esa normalización es la que tenemos que evitar. Con ese texto sabía que me exponía a los anónimos desaprensivos que te insultan y te llaman loca o exagerada. Pero el pánico que sientes cuando tu pareja te maltrata, o te amenaza de muerte, o cuando presencias cómo una vecina se salva de una paliza que pudiera haberla matado, o cuando te siguen por la calle y es de noche y vas sola… todo eso es real, y nada exagerado.
¿Qué te ha dado el feminismo?
Coraje y un universo literario bellísimo, porque fueron los libros —leer a mujeres, en particular— los que me dieron consciencia. En mi aprendizaje he ido “aterrizando” el feminismo, que no es algo etéreo e invisible, sino más bien un camino, con sus ritmos, sus paradas, sus desniveles, sus dificultades, sus hallazgos… Pero más que darme, diría el feminismo me ha quitado: culpa, complejos, esa antigua ansia de querer ser perfecta, el miedo al espejo, a decir lo que pienso.
Según los datos del ‘Global Report on the Status Of Women in the News Media’, las mujeres ocupamos el 27 por ciento de los puestos de dirección en los medios de comunicación… ¿Cómo está este tema en el sector UX?
Es un sector bastante equitativo en cuanto a empleabilidad: en España, en 2018, los géneros estaban muy igualados según un informe de UXER School. Pero en términos de salario la brecha de género sigue existiendo. Al margen de estadísticas, es muy interesante sumergirse en comunidades como Ladies That UX (hay muchas más), formadas por mujeres de variadísimos perfiles y backgrounds, para escuchar de primera mano sus experiencias y tener referentes, lo cual me parece fundamental. Por coherencia, he decidido formarme en una comunidad de y para mujeres.
Hace unos meses publicaste ‘El amor tiene ojos de perro‘, tu primer libro, un poemario precioso del que me encantaría que nos hablaras.
Es algo muy humilde y muy experimental… yo ni siquiera soy poeta. Es más, llamarme escritora lo siento como llevar una camisa muy grande o un perfume que no es el mío, así que en vez de eso, me gusta decir, simplemente, que lleno libretas. Y lo escribí con seudónimo porque quería separar mi faceta creativa; aunque, al final, no tiene sentido compartimentarme porque, como te decía, escribir es la hoguera en torno a la cual se reúnen todas mis versiones: la niña, la adolescente, la adulta, la mujer que dicen que soy, la que quiero (y también la que definitivamente no quiero) ser. ‘El amor tiene ojos de perro’ nunca se llamó así en mis planes, e iba a ser para mí y para quienes me apoyan en cada aventura que emprendo. Pero me di libertad para que fueran los versos los que me llevaran a donde quisieran —la escritura es un animal salvaje—, y no al revés. Me pareció precioso soñar un verso, que fue el que le dio título, y así se quedó: no podía ser de otra manera. Aunque no era ni por asomo lo que tenía en mente lograr, el librito finalmente creo que condensó muy bien un viaje muy deseado.
¿Por qué elegiste autoeditarlo?
Primero, porque no tengo padrino… Soy muy sencilla, y diría que hasta me gusta pasar desapercibida. Segundo, porque cuando empecé a experimentar con versos ni yo creía en lo que hacía, así que, ¿cómo iba a convencer a alguien para que creyese en mí? Me daba un poco de pudor (en realidad yo soy muy pudorosa con todo), lo proyecté como algo muy intimista, para mí y para los incondicionales que siempre han creído en mí. Detesto Amazon, pero me quemaba tener mis versos en un cajón.
Y después de estos meses de lecturas, de opiniones, de dedicatorias… ¿Cómo ha sido, está siendo, este viaje?
Desde el primer momento ha sido muy intenso, y me ha despertado una extraña sensación de tránsito que se resiste a abandonarme. No descarto volver a publicar algo si veo que así me nace de nuevo. 2021 lo he empezado con muchas ganas de cambios —tal vez para compensar esa sensación horrible de “vida detenida” que me embargaba durante los continuos confinamientos—, de seguir moviéndome para ver si el camino me inspira. Ya he escrito mucho en aeropuertos y autobuses; me gustaría probar ahora con los trenes. Pero, claro, las circunstancias han cambiado tanto que la gente inquieta hemos tenido que aprender a desacelerar un poco.
¿Y ahora qué? ¿Dónde vas tú? ¿Dónde crees que va el periodismo?
Me dan mucha esperanza los periodistas que no se rinden; tengo toda mi fe puesta en ellos y sigo apoyando la información independiente, así que podría decirse que soy optimista con reservas porque la profesionalidad se impone por encima de cualquier crisis (y el periodismo en la última década ha vivido varias: económica, papel versus nuevas tecnologías y ahora la sanitaria). Yo no sé muy bien a dónde voy, pero sigo cargando libretas y libros y tengo ganas de asentarme en una ciudad tranquila donde poder escribir. No hace mucho alguien me dijo que me veía abriendo un café-librería dog friendly, así que, quién sabe, igual empiezo a jugar a la lotería. Al principio dije que mi vocación es hacer del mundo un sitio mejor… y los perros saben mucho de eso.